lunes, 7 de febrero de 2011

El alzacuellos y la corbata



Traigo aquí este artículo publicado por el Padre Fortea en su blog. Me parece de lo más acertado, y que refleja la realidad, por algo pequeño se empieza, y con algo grande se acaba. Quien no es fiel en lo poco no puede ser fien en lo mucho... aunque se empeñen en decir que sí. 


Con ocasión del comunicado de los 144 teólogos alemanes me gustaría decir alguna cosa.

Algunos sacerdotes pueden preguntarse que para qué vestirse de sacerdotes, que qué sentido tiene eso. Y decidir que se vestirán como el resto de la gente.

Esos sacerdotes pueden preguntarse, ¿y por qué no nos vamos a poder casar? Casémonos como el resto de la población. Y se casarán.

Esos sacerdotes después dirían con toda razón: tengo una familia, tengo que ganar un sueldo de la misma. Y ganarán un sueldo de la misma cuantía que cualquier trabajador.

Después dirán: Señor obispo, si de mí solo dependiera, le obedecería. Pero cuando me envía a otro lugar, tengo que pensar también en mi mujer y mis hijos. No me puedo trasladar contra la voluntad de los míos.

Después dirán: De verdad que no puedo seguir con el tiempo que antes dedicaba a la oración. Ya me gustaría quedarme en la iglesia horas enteras, pero está el trabajo en la parroquia, debo ayudar a mi esposa, debo estar con mis hijos. Del breviario ya ni le hablo.

Mire, me gustaría dedicarme sólo a la Iglesia. Pero tengo que trabajar para traer algo más de dinero a mi casa. Así que doy un gran ejemplo de buen sacerdote ganándome mi propio sustento. No se me caen los anillos por eso.

Si hacemos del sacerdote un hombre como los demás, que viste como los demás, que lleva una vida como la de los demás, que deja de ser un hombre consagrado, un hombre de oración dedicado enteramente al Misterio de Dios y a predicar ese Misterio a sus hermanos, para ser un asalariado en un trabajo civil que dedica algo de su tiempo libre a la parroquia. Entonces tendremos no sacerdotes, sino animadores de la comunidad.

El Reino de Dios ya no tendría apóstoles consagrados, sino hombres comunes que dedican ratos libres a las cosas de Dios y de la comunidad.

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